martes, 23 de junio de 2015

TODA UNA AVENTURA

"Uno es de donde estudia el bachillerato" escuché decir un día a Ignacio Martínez de Pisón parafraseando a otro escritor que no recuerdo; y es que cuando una ha practicado el nomadismo durante toda su vida no sabe responder cuando le preguntan de dónde es. Tras veintitrés años en Zaragoza me considero maña pero, a veces, me sorprende la morriña al recordar a Santi haciendo sonar las monedas dentro de su bote, al gitanito de los pañuelos, a aquel inspector de la secreta a quien ya conocíamos tod@s, a aquellas novias que tenían que subir a pie la cuesta de San Justo porque las motillos de sus chicos no daban más de sí, los pastelitos de Gressy, la tienda de discos de Blanco, los libros de "El Oeste", las palmeras de azúcar de Santo Tomé que merendaba cuando subía los viernes a la biblioteca del Miradero, las tablas de queso del Jacaranda, los domingos de chocolate en el Alboraya, los whiskies con hielo en el Gallo y al cantante de Subterráneo, vecino de uno de mis antiguos barrios, embutido en unas mallas moradas mientras versionaba "The trooper". Eso es lo que conservo de unas raíces que ya se pudrieron en su mayoría hace demasiado tiempo pero, de vez en cuando, aún insisten en brotar y echar flores.

Hoy hace un año que escribí este texto, el mismo día que descubrí un grupo de Facebook en el que una panda de freakies nos dedicamos a compartir recuerdos de nuestros jóvenes años en Toledo. No imaginé ese día que lo que empezó como un juego acabaría convirtiéndose en una maravillosa aventura en la que he recuperado raíces que creía ya podridas, he conocido personas maravillosas a las que considero ya grandes amigas, me he reencontrado con muchos seres queridos de quienes no había vuelto a saber nada, he adquirido  nuevos conocimientos y he descubierto habilidades que ignoraba que tuviese.

Un año después soy capaz de mirar atrás sin ira y emocionarme por toda la belleza del camino recorrido y la plenitud del momento presente. 

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